TANIA PARDO escribió (NOV/2018): 

Sentarse en las mesas, escribir en las sillas

Recibí el sugerente encargo por parte de Selina Blasco de escribir un texto sobre mi práctica profesional en el que sobre todo me centrara, entre otras cosas, en la construcción de mis clases en la facultad. Un texto que respondiera, con absoluta libertad, a todas las cuestiones relacionadas con la práctica curatorial, la docencia, la escritura y la investigación que llevo a cabo. Este proceso del texto se me ha revelado tremendamente difícil porque el ejercicio ha terminado por convertirse en un reto que cuestiona cada una de las actividades que realizo relacionadas con el campo del arte.

“Una teoría del paralelismo – explica Peio Aguirre- contempla una gran variedad de caminos y vías como explorar las conexiones entre disciplinas y saberes, mantener el pulso a una regularidad constante en el trabajo a través de la configuración de una red a la vez imaginaria y real. La discontinuidad del tiempo, su fragmentación. Además esta última se ha convertido en la característica principal de nuestro tiempo, en la que concentrarse en una única cosa resulta complicado. El paralelismo buscaría hacer productivos estos cortes, empalmando fragmentos en una actividad deudora de las técnicas del collage y el montaje”

A la hora de abordar mi práctica laboral, me cuesta sobremanera encontrar una única palabra que especifique y defina, con la misma intensidad e importancia, cada una de las parcelas ligadas al campo del arte que desarrollo. A veces me defino como comisaria, otras como docente, siempre como responsable de exposiciones en La Casa Encendida, algunas como crítica, las menos como gestora y la mayoría como historiadora del arte. En realidad, las entiendo como un todo porque unas y otras no dejan de ser lo mismo, ya que concibo cada una de estas actividades como pequeñas extensiones de una misma unidad que se ramifican en múltiples cuerpos que dialogan entre sí, se entremezclan y cruzan. Se contagian de distintos ambientes, relacionados con la cultura popular tan necesaria para cuestionar los límites o incluso, para estirarlos. Lo que bordea, lo limítrofe, lo periférico, aquello que linda con lo institucional pasan a ser un terreno que cuestiona muchos de los discursos que conforman los parámetros de lo establecido. De este modo, se intentan prolongar los espacios de creación y se alteran algunos formatos preestablecidos para llegar a la teoría. Porque una clase no deja de ser una extensión de una exposición y una exposición es un acto de comunicación, una construcción en la que está también implícito el error, el equívoco o el fracaso compartido.

Una práctica extendida y tentacular que se ramifica y convierte cada actividad en un encuentro para generar herramientas críticas de conocimiento a las que se sumen diversas formas de invertir determinados patrones. El interés por lo inconcreto y la improvisación me permiten la creación de multitud de escenarios posibles.

El siglo XXI, tan caracterizado por la necesidad de especialización, nos conduce a una sociedad muy preocupada por la definición pero precisamente es en la no definición donde se encuentran los lugares más interesantes de las prácticas artísticas contemporáneas: lo superpuesto, lo descentrado y la línea discontinúa son puntos de anclaje en los que intento sostener la intuición y la imaginación fundamentales para el ritmo de arte y vida.

Siempre que termino (o empiezo) algo se convierte, irremediablemente, en una extensión de otra acción por llegar. Entiendo la educación artística como una parte incapaz de disociarse de la cultura y por ende del arte. Construir una sesión lectiva es también una prolongación de una exposición, es un recorrido por el conocimiento expandido.

08:00 horas de la mañana. Jueves. De nuevo he vuelto a repasar de memoria el guion de la clase de hoy. Punto por punto. Quizá me he excedido en el número de artistas por explicar, pero siento la responsabilidad de, al menos, mencionarlos. Que busquen sus nombres en la biblioteca, a lo peor encontrarán algún dato certero en Google. Hoy hablaremos de la gran escuela de La Bauhaus y después del increíble proyecto de la Black Mountain Collage. En realidad me gustaría impartir la clase en un jardín tomando un café pero no puedo prescindir de un power point (qué contradicción), ni de una gran pantalla porque a estas alturas apenas puedo hablar en público sin sustentar mi discurso en imágenes.

Me gustaría ser interrumpida con más frecuencia y que cuestionaran mi discurso. También que nos cambiásemos de sitio, que alteremos la disposición del mobiliario del aula hoy. Aunque estoy realizando una historia lineal de la Historia del Arte, ésta linealidad responde a las intrahistorias que se esconden en la historia canónica. Por ejemplo, la clase sobre postimpresionismo parte de Johana Van Gogh; la dedicada a la protección del Tesoro Nacional y traslado desde el Museo del Prado a Valencia en 1936, se sustentará sobre el nombre de María Teresa León para enlazar también con aquellas mujeres denominadas “las sin sombrero”; o, irremediablemente, hablaré de la Residencia de Estudiantes a través de la figura de Pepín Bello.

Y, por supuesto, me detendré en aquellos artistas docentes como Anni Albers, que formó parte de aquel equipo de profesores que impartió clases de diseño y tejido junto a otras mujeres como Otti Berger en la Casa de Construcción Estatal de Weimar (fundada por Walter Gropius); o también en Alberto Sánchez, el querido maestro de los niños y niñas exiliados a Rusia en plena guerra civil española. Pero sin duda me detendré en Ángel Ferrant quien en 1937 vinculó los estudios de Bellas Artes a otras disciplinas artísticas y educativas, en los que abogaba por abolición de la copia y la imitación como método de aprendizaje para dar absoluta prioridad a la libertad expresiva y creativa.

Y es que el aprendizaje ha de ser siempre compartido. Una clase debería ser un espacio de aprendizaje colectivo, una cimentación desbordante donde el docente guía y acompaña a través de la trasmisión de conocimientos al alumnado. Se necesita generar responsabilidad compartida ya que muchas veces los alumnos y alumnas degluten conocimiento pasivamente sin acompasar la deglución a un ritmo interrumpido y arrítmico. Las clases se han convertido en una extensión de mi propia práctica curatorial, un apéndice del programa de aproximación a la creación Chimenea. Todo es parte de una idea extendida, pegajosa y viscosa que deja restos de una actividad en otra. Y entonces vuelvo a pensar en la clase wagneriana que trasvasa audiencias, en la teoría del paralelismo, en el desbordamiento y en el collage.